Noelia Igareda,
profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de
Barcelona, contesta a esta pregunta remitiéndose a la pérdida de privilegios (del hombre): “Las políticas de discriminación positiva implican la merma de las prerrogativas asociadas a un determinado sexo, clase social y raza. De ahí las resistencias que provocan”. Eguzki Urteaga,
profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco, abunda en esta teoría: “Estas medidas vienen a cuestionar la posición dominante en que se encuentran ciertos colectivos, entre los cuales están los hombres, lo que genera la aparición de negativas al cambio e intentos de deslegitimar los intentos de modificar el statu quo imperante”. En este sentido, los detractores tratan de justificar su postura “socavando los fundamentos teóricos de dichas prácticas, por ejemplo, considerando que estos ponen en entredicho la igualdad de derechos de los ciudadanos y que conducen a una infravaloración de los colectivos que se benefician de estas medidas”, añade el profesor de Sociología. Su colega Clara Guilló,
profesora de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, coincide en que no es tanto una cuestión cultural como de poder. “Estamos ante un problema de privilegios que se perpetúan a través de mecanismos culturales”.
La profesora Igareda gira el foco hacia la educación y piensa que estas herramientas son fundamentales para desmontar el patriarcado instalado en la sociedad. Aunque advierte que “la escuela y la familia también consolidan los roles y estereotipos de género que permiten y toleran la desigualdad de facto en nuestra sociedad”.